El flujo vaginal lo forman las secreciones propias o que se derivan de la vagina de la mujer; son producidas por las glándulas del cuello uterino estimuladas por estrógenos.
Su presencia, sobre todo en el periodo de fertilidad de la mujer, es normal en cierta cantidad para que la vagina esté hidratada y nutrida, además de protector de infecciones. Al llegar la menopausia, al empezar a disminuir las hormonas también se reduce el flujo vaginal y, por tanto, se genera la sequedad vaginal. Su aspecto varía según el ciclo menstrual, por lo que durante la ovulación puede ser más espeso. Pero lo habitual es que sea transparente, de aspecto fluido, carente de olor y con un pH ácido, inferior a 4,5.
Asimismo, durante la etapa del embarazo puede que la gestante experimente un aumento de la cantidad del flujo vaginal, pero con el mismo aspecto normal.
Si se observa un cambio repentino de la consistencia, el color y el olor del flujo vaginal, o que la cantidad se incremente o disminuya de manera significativa, es motivo para estar alerta, ya que podría significar que existe una infección vaginal y se debe acudir al ginecólogo. Los principales síntomas que advierten de la presencia de infecciones vaginales son el picor o ardor vaginal, cambios en el olor, una secreción diferente a la habitual, dolor o quemazón al orinar e irritación tras mantener relaciones sexuales.